Jaque mate en la guerra entre Hamás e Israel

PUBLICIDAD

PUBLICIDAD

La ofensiva lanzada por Hamás el pasado 7 de octubre se ha cobrado, hasta el momento, más de 1 200 vidas de israelíes y algo más de 1 500 palestinas, mientras que los heridos en ambos bandos alcanzan ya más de 9 000. Eso en sólo seis días, y si hablamos únicamente de las pérdidas humanas.

Esta es, sin duda, la guerra más devastadora que ha sufrido Israel desde la Guerra de 1973 –o Guerra del Yom Kippur o de Ramadán–. Y será, sin duda, la guerra más cruenta que sufra la Franja de Gaza desde la operación Margen Protector del 2014, en la que murieron más de 2 300 palestinos.

En términos absolutos supone también la mayor derrota sistémica que ha sufrido Israel en sus últimos 50 años, ya que ha socavado los cimientos mismos del Estado y su omnicomprensivo concepto de seguridad.

Desde el punto de vista de Hamás es una obra maestra del ajedrez geopolítico, que ha logrado, en cuatro movimientos, dar la vuelta al tablero en el que se movían las piezas de un enfrentamiento histórico caracterizado por la asimetría de fuerzas

Primer movimiento: terror y consternación

El primer movimiento de Hamás fue la sorpresa, destinada a menoscabar la confianza de Israel en sus fuerzas de defensa y en su comunidad de inteligencia. Lograban así transmitir el terror y la consternación a una sociedad ya fragmentada por el conflicto sembrado, desde el pasado mes de enero, entre el sector liberal, que acusaba al sector pro-Netanyahu de traicionar el carácter democrático del Estado, y el “bibianismo”, que acusaba al sector liberal de traicionar los valores del judaísmo patrio.

El modus operandi de la invasión tuvo como objetivo exponer la vulnerabilidad de Israel. La falta de previsión e improvisación en la respuesta, así como la tardanza con la que las fuerzas de seguridad llegaron a las poblaciones cercanas a la Franja de Gaza tomadas por más de 1 500 terroristas que penetraron sin resistencia, es algo que la población israelí no va a perdonar. Y hará, sin duda, caer a “Mr. Security”, como se apoda en Israel a Netanyahu.

La cuestión palestina regresa a la agenda internacional

El segundo movimiento de Hamás en el tablero geopolítico puso en el primer punto de la agenda regional a la cuestión palestina. Es algo que se consiguió tras años de infructuosos avances y del práctico abandono de la solución de dos Estados por la imposición de hechos consumados diseñada por Netanyahu durante sus últimos 12 años en el poder (2009-2021).

La vuelta a la agenda regional e internacional de la cuestión palestina contrastaba con el contexto de normalización de relaciones entre Israel y algunos Estados árabes de la región iniciada en 2020 por los Acuerdos de Abraham. Esto explica que el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, declarara el mismo día de los ataques que la operación de Hamás era un claro mensaje de advertencia al mundo árabe y a todos aquellos partidarios de la normalización, particularmente a Arabia Saudí.

Normalizar el Estado de Israel no es una opción para Hamás

En este contexto, el tercer movimiento debe entenderse en clave intrapalestina. El acuerdo de normalización que se estaba negociando con Arabia Saudí y que esperaba concluirse a finales de año incluía importantes concesiones por parte de Estados Unidos en materia de seguridad o de energía nuclear. Pero también, a petición de los saudíes, se debía incluir un compromiso por parte de Israel de realizar avances e importantes concesiones a la Autoridad Palestina. Eso incluía aumentar el número de poblaciones de Cisjordania que pasarían a estar bajo su control, con el compromiso saudí de financiar la creación de infraestructuras y el funcionamiento de su autogobierno.

Pues bien, al igual que hizo durante los años que siguieron a los acuerdos de Oslo, Hamás ha torpedeado, con una violencia descarnada, cualquier aproximación por esta vía que lleve a normalizar la existencia del Estado de Israel o a menoscabar su propósito de destruirlo. Con ello consigue neutralizar el protagonismo que hubiera tenido la Autoridad Palestina durante el proceso de negociaciones, y gana la narrativa del verdadero libertador.

La guerra de la opinión pública es más importante que la del campo de batalla

Y esto me lleva al cuarto movimiento que pondrá en jaque mate a Israel: la lucha por la narrativa. Una guerra no se libra únicamente en el campo de batalla. Muchas veces es más importante la guerra de la opinión pública.

En un conflicto de carácter eminentemente político, en el que la narrativa se tinta de legitimidades contrapuestas y a veces míticas, las imágenes de empleo extremo de la violencia con las que Israel va a responder a la ofensiva en Gaza van a cuestionar su imagen pública. Y darán la vuelta a la empatía con la que buena parte de la comunidad internacional miró a Israel el pasado 7 de octubre, exactamente lo que quería Hamás.

La asimetría en el modus operandi de uno y otro actor será manipulada por la organización islamista para crear un relato que justifique los medios de sus acciones y que sitúe a Israel en una disyuntiva de tener que elegir entre demostrar su fuerza disuasoria –aunque ello implique cometer crímenes contra civiles–, o perderla por completo, teniendo que vivir bajo una percepción permanente de amenaza existencial.

Es más, Israel tendrá que elegir entre poner en riesgo a sus civiles secuestrados, y por ende renunciar al esencialismo de la seguridad con la que ha conseguido construir el más inquebrantable de los consensos, o asumir las exigencias de un actor que hasta hace cinco días subestimaba en su determinación y capacidades. Son dilemas existenciales de los que Israel no puede salir indemne.

El futuro escenario que se presenta en Oriente Medio, a raíz de la guerra de Gaza, será un escenario en el que los vencidos buscarán resarcirse. Y eso será aprovechado por los que desean incendiar, desde otros frentes, el tablero de la guerra.

Únicamente la disuasión que introduzca en el juego Estados Unidos con el envío de su cañonera en forma de portaviones y munición evitará que la situación derive en una peligrosa escalada que obligue a contener a Irán y a sus milicias en el norte. La calle en Cisjordania podría hacer el resto.

El rey ha caído. La pregunta que queda en el aire es cómo volverá a levantarse.The Conversation

Sonia Sánchez Díaz, Profesora colaboradora, especialista en relaciones internacionales, Oriente Medio e Israel, Universidad Francisco de Vitoria

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN