En los últimos años, el mercado de cigarrillos electrónicos se ha disparado. A pesar de que originalmente se promocionaron como una herramienta para reducir el consumo de tabaco, estos dispositivos han atraído a muchas personas, sobre todo jóvenes y adolescentes, que de otra manera no habrían iniciado el hábito de fumar.
Esto se debe, sobre todo, a la percepción de que son menos dañinos. Además, se les atribuyen ciertas falsas ventajas, tales como la posibilidad de usarlos en lugares cerrados o la falacia de que su humo “no molesta”.
De usar y tirar
Aparte de los problemas que presentan para la salud, el auge de los cigarrillos electrónicos introduce nuevos desafíos en términos de gestión ambiental en lo que respecta al manejo de sus residuos.
Los vapeadores desechables tipo pod (informalmente “vape” o “váper”) son una de las opciones preferidas entre los usuarios más jóvenes y aquellos que lo combinan con el tabaco. Son pequeños, ligeros, asequibles, fáciles de usar y no requieren mantenimiento. Además, ofrecen una gran oferta de sabores que invita a probar las diferentes variedades.
Como consecuencia, su consumo es el que está experimentando un mayor crecimiento. A pesar de que las cifras no distinguen claramente entre los modelos, se estima que en España se venden entre medio y un millón a la semana. En el Reino Unido, por su parte, se consumen hasta 5 millones a la semana.
La mayoría acaban en vertederos
Este tipo de cigarrillo electrónico desechable es un claro contraejemplo de los conceptos de ecodiseño y economía circular. Está formado por diferentes materiales: varios plásticos para la estructura, un led, una resistencia eléctrica, una batería y un cartucho con líquido para vapear compuesto por saborizantes, glicerina vegetal, propilenglicol, nicotina y aditivos. Sin contar con el tapón de silicona para la boquilla, la cajetilla de cartón y el blíster de plástico.
Quizá porque las empresas que los fabrican y venden no quieren que sus clientes vean lo que se están llevando a la boca, estos dispositivos son difíciles de desmontar para separar sus componentes. Como consecuencia, la mayoría de los usuarios se enfrentan a la incertidumbre sobre dónde y cómo depositarlos al final de su vida útil.
Por su naturaleza, los vapeadores desechables deberían considerarse residuos de aparatos electrónicos y ser depositados en un punto limpio. Desgraciadamente, esto no lo hace prácticamente nadie. En cambio, acaban en la papelera y el contenedor gris, o bien en el contenedor amarillo o en el de pilas y baterías, donde no pueden ser gestionados. Es decir, que su destino más común es el vertedero o la incineración.
Además, desgraciadamente, cada vez es más habitual encontrar grandes cantidades en el suelo de los parques, las zonas de marcha, la playa o las salas de conciertos y festivales. Plantean, por lo tanto, un problema ambiental considerable debido a la falta de un sistema de gestión de residuos específico para ellos y la falta de compromiso por parte de sus usuarios.
Qué podemos hacer
Últimamente se escucha mucho sobre la actualización de la legislación sobre el tabaco y los vapeadores en varios países. Por ejemplo, para frenar el aumento de jóvenes que se inician en el vapeo, Bélgica prohibirá los dispositivos desechables desde 2025 y parece que Francia y el Reino Unido van por el mismo camino. En España, también se está considerando una actuación similar, según el borrador recientemente anunciado del Plan Integral de Prevención y Control del Tabaquismo.
Otra alternativa sería regular de forma simultánea la venta de estos dispositivos y la gestión de sus residuos, en línea con las ideas propuestas en la Ley de Residuos española. Es decir, se podría establecer que los vapeadores desechables solo se pudieran vender en establecimientos autorizados y que estos dispusieran de un sistema de recogida de los desechados.
Al precio del dispositivo (por ejemplo, 7 euros) se le podría añadir una “fianza de retorno” (por ejemplo, 3 euros) que el usuario recuperaría al devolverlo al punto de venta, desincentivando su consumo y fomentando, de esta forma, la recogida selectiva de los residuos para su gestión.
En cualquier caso, es esencial una mayor concienciación sobre el problema de los cigarrillos electrónicos, para asegurarnos de que se usan como herramienta para dejar de fumar y no para iniciarse, y evitar los problemas ambientales y de salud derivados de su uso.
Por Juan Manuel Paz García, Profesor Titular de Universidad, Departamento de Ingeniería Química, Universidad de Málaga; María del Mar Cerrillo González, Investigadora predoctoral, Departamento de Ingeniería Química, Universidad de Málaga y María Villén Guzmán, Profesora Titular de Universidad. Departamento de Ingeniería Química, Universidad de Málaga
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.