El oxígeno, hoy imprescindible para la supervivencia de muchas formas de vida supuso, en su momento un elemento tóxico, tanto en la atmósfera como en los océanos, que exterminó casi por completo la presencia de seres vivos en el planeta.
Esto se explica porque las formas de vida que perecieron eran muy distinta de las actuales ya que nos estamos remontando a la Tierra primitiva de hace 2000 millones de años.
Los seres vivos de épocas tan remotas eran simples organismos unicelulares, es decir un mundo de bacterias rudimentarias que obtenían la energía para sobrevivir de la fermentación del azúcar, que es el mecanismo biológico de producción de energía químicamente más sencillo que existe, y casi tan antiguo como la vida misma.
En algún momento remoto se produjo la mutación de algunas especies (cianobacterias), de modo que adquirieron la capacidad de realizar la fotosíntesis , es decir de captar la energía de la luz solar liberando oxígeno como producto de desecho. Este mecanismo era energéticamente mucho más rentable que los primitivos existentes, que no liberaban oxígeno, por lo que la cepa mutante de cianobacterias arcaicas terminó invadiendo el joven planeta.
Durante cientos de millones de años la concentración de oxígeno en la atmósfera y el agua oceánicos, hasta entonces casi carentes de oxígeno, fue aumentando progresivamente por acción de los recién llegados. Pero este gas resultaba tóxico para sus ascendentes bacterianos. ¡Acababa de estallar la guerra de las bacterias!.
Como resultado de este gaseamiento se produjo una extinción masiva de especies, dado que solo podían desarrollarse en ausencia de oxígeno. Es lo que se conoce como el “holocausto de oxígeno”.
Aunque no todas perecieron. Hubo microentornos donde nunca llegó el oxígeno y las especies que los habitaban siguieron prosperando, y continúan haciéndolo hasta hoy, en algunos sistemas hidrotermales localizados, incluso en el fondo del océano.
Otros linajes evolucionaron adquiriendo la capacidad de tolerar ese oxígeno y con el tiempo fueron dando paso a formas de vida cada vez más complejas. Nosotros, los humanos, somos precisamente una de esas formas evolucionadas.
Hay un dicho que dice: “La basura de uno es el tesoro de otro”. Si en la Tierra no hubiera surgido una estirpe de bacterias que excretaban oxígeno, como desecho, no hubiera surgido posteriormente una cepa que supo aprovechar ese oxígeno. Como consecuencia, no existirían la mayoría de las formas de vida que conocemos. En realidad ni siquiera existiríamos nosotros mismos.








