Voltaire: ”Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro la enfermedad es casi incurable”

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El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, explicó el sentimiento religioso como un mecanismo de defensa de los humanos frente al miedo a la muerte. La moderna neurociencia está cambiando completamente este enfoque al proponer que no solo no es una respuesta al miedo sino que es pura búsqueda de placer

Patrick mcNamara, director del laboratorio del Neurocomportamiento Evolutivo de la Universidad de Boston ha llegado a esta conclusión, ya que cuando los niveles de la neurohormona llamada “dopamina” están aumentados en distintas zonas del cerebro, las personas están más inclinadas a tener ideas brillantes, ser muy creativos o tener profundos sentimientos religiosos. El fanatismo religioso sería consecuencia de unos niveles anormalmente altos de dopamina.

La dopamina es el neurotransmisor (sustancia química que transmite información de una célula nerviosa a otra) del placer. Es la responsable del bienestar que sentimos cuando saboreamos algo delicioso, o cuando practicamos sexo o alguna afición, cuando vemos a nuestro ídolo y también cuando vivimos una experiencia mística. En realidad, está más asociada a la motivación por conseguir algo que al placer de algo experimentado.

Y es que la vivencia de “trascender” que aparece en el éxtasis religioso, es decir, la consciencia de estar vinculado, no solamente con el mundo visible, sino con algo “más allá”, que da sentido a la creación en su totalidad, Básicamente, "tener esa revelación", es una de las experiencias más placenteras que el ser humano puede vivenciar. Muy por encima de cualquier goce físico.

Al igual que el abuso de sustancias, conductas como la anorexia nerviosa, el perfeccionismo o el fanatismo  son procesos adictivos que proporcionan recompensas neuroquímicas y, como todas las adicciones, se necesita cada vez mayor dosis (adhesión cada vez más extrema) para conseguir el mismo efecto (sentir la euforia religiosa).

No todos los extremistas tienen el mismo perfil. Hay que distinguir los fanáticos llamados primarios, o autóctonos, de los inducidos o secundarios. Los primeros son los que han mantenido ese perfil casi toda su vida (ya que no se nace fanático). Son personas narcisistas que practican el autoritarismo. Suelen ser los líderes o dictadores de la causa a seguir. En cambio, los fanáticos por contagio es frecuente que antes fueran individuos inseguros, o inmaduros, narcisistas sin fanatizar algunos de ellos, que pasaron de vivenciar un vacío existencial a encontrar un sistema de valores firme, a tener una meta y una vida espiritual con una dirección clara. ¡Y se enganchan!.

Claro, que algo más les caracteriza, porque si defender a ultranza unos ideales sólidos, y sacrificarse por ellos, incluso hasta la muerte, fuera lo que define a los fundamentalistas, habría que incluir en ese saco a personajes de la talla de Buda, Sócrates o el mismo Jesucristo, lo cual sería totalmente injusto. Aunque existe un rasgo que los diferencia completamente de todas las figuras de gran integridad moral. Los fundamentalistas son personas que se entregan totalmente a una creencia, pero con una intolerancia absoluta a los juicios y comportamientos que sean discrepantes con su idea.

Para Carl Jung, una de las figuras claves del psicoanálisis, la intensidad del extremismo es directamente proporcional a la duda respecto a la idea. El fanático tiene un conflicto interno, de manera que cuanto más trata de rechazar la duda más fanática es su actitud consciente. Esa postura de defensa exagerada explicaría el apego intenso por unos (los de su grupo) y el odio intenso hacia otros, como una reacción compensatoria a su conflicto interno.

El fanatismo es un componente que siempre ha estado presente en la naturaleza humana. Mucho antes de que aparecieran religiones como el cristianismo, el judaísmo o el islam. Además, es exclusivo de nuestra especie, no habiéndose encontrado un equivalente en otros órdenes animales. El fervor religioso ha estado presente en todas las culturas, actuales y pasadas. Incluso, se han encontrado vestigios arqueológicos que indican que ya existía desde la época prehistórica.

Albert Einstein ya estaba poniendo el dedo en la llaga cuando afirmaba que “Es más fácil romper el átomo que el prejuicio”. Además, desgraciadamente, cuando se adquiere es que normalmente viene para quedarse. Y esto lo expresó, en una frase que ha pasado a la posteridad, otro de los grandes pensadores de la historia, el francés Voltaire, que dejó escrito: ”Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro la enfermedad es casi incurable”.

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