Los genes revelan que no somos “mediterráneos”

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En contra de la tradicional clasificación de los pueblos que conforman Europa, y que nos cataloga como parte del grupo étnico mediterráneo, genéticamente somos mucho más parecidos a la población que habita  Europa Occidental (Irlanda, Islas Británicas, Francia..)

Se nos ha inculcado desde la cuna que Europa estaba compuesta por tres grandes troncos étnicos: germánicos, eslavos y mediterráneos  y que los ibéricos formábamos parte de estos últimos junto con los italianos y los griegos. Los cada vez más avanzados estudios genéticos poblacionales están dejando desfasada esta clasificación. Para empezar desvelan que todos los europeos están genéticamente emparentados, aunque existan algunas variaciones según las zonas geográficas.

Pues bien precisamente la Europa más occidental se puede considerar una de esas zonas cuyos habitantes comparten un mismo sustrato genético. En concreto, comparten el marcador genético  R1b localizado en el cromosoma Y masculino. Especialmente, en las regiones más próximas al océano Atlántico donde aparece hasta en el 90% de los varones autóctonos. Este porcentaje altísimo también se da en País Vasco y Navarra, y llega hasta el 60% en el resto de la península ibérica. Esto demuestra el vínculo entre la península Ibérica  y el resto de Europa Occidental y, en particular con la Europa Atlántica.

Se puede afirmar, además, que se trata de un vínculo ancestral. El fundador del linaje R1b vivió hace unos 35.000 años. Este marcador se asocia directamente a los primeros hombres modernos que entraron en Europa durante la edad del hielo. En esa época todo el norte de Europa estaba bajo los hielos lo que lo hacía inhabitable y la población humana se concentraba en Europa meridional e Iberia, fundamentalmente en la cornisa cantábrica. Hace unos 12.000 años, coincidiendo con el aumento de las temperaturas y el retroceso de los hielos, algunos grupos se van desplazando hacia el norte, a través de Europa Occidental, poblándola por primera vez. Un estudio del genetista Brian Sykes, de la Universidad de Oxford, sugiere que la población británica desciende directamente de un grupo de pescadores ibéricos que viajaron por barco a las islas británicas hace 6.000 años. Esta oleada sería la base de la población británica, aunque posteriormente hayan tenido influencia de distintas  invasiones como las vikingas o  germánicas.

Como todos hemos aprendido en el colegio por la península Ibérica también pasaron muchos pueblos. Pero ni fenicios ni  griegos, ni romanos, ni  árabes o godos dejaron una impronta genética significativa en la población. Su aportación fue fundamentalmente de tipo cultural. Entre otras razones porque numéricamente sus invasiones nunca fueron relevantes en comparación con la población íbera primigenia. Los griegos y los fenicios, por ejemplo, nunca pasaron de la creación de colonias costeras para el comercio. Los árabes norteafricanos nunca pasaron el estrecho de Gibraltar en masa. Tampoco los romanos  fueron importantes numéricamente, aunque sí militarmente.

Es decir, que la población de la actual España es tremendamente homogénea desde el punto de vista genético. Uno de los estudios más recientes de diversidad genética de las poblaciones de España se ha realizado en 2010 por la Unidad de Biología Evolutiva de la Universitat Pompeu Fabra a través del análisis de 300.000 marcadores genéticos de 300 sujetos de 10 regiones y los resultados arrojan que ninguna de las divergencias de ADN analizadas es relevante desde el punto de vista estadístico.

No se puede decir lo mismo de  sus vecinos mediterráneos. Llama la atención el caso de Italia por ser, junto con los fineses, la población europea más distinta en comparación con  las demás.  Se conjetura que durante el imperio romano llegó a Roma gente de todas las provincias del imperio que explicaría esa variabilidad genética. En cuanto al pueblo portugués, es curioso que presenta más similitudes con los italianos que con sus vecinos españoles. Podría explicarse por la expulsión de los musulmanes y los judíos en tiempos de los reyes católicos, gran parte de los cuales se refugiaron en la vecina Portugal. Esto explicaría la presencia de mutaciones propias de población norteafricana en cerca del 25% de su población (frente al 10% de la española o francesa del sur) porcentaje similar al encontrado en italianos meridionales y griegos.

¿Y cómo se explica que seamos más morenos, que irlandeses o británicos, y mucho más parecidos físicamente a los habitantes de países mediterráneos?. Se plantean distintas razones que lo explicarían. Una sería la adaptación, a lo largo de  miles de años, a un clima con bastante más exposición solar que en las latitudes más al norte. Una piel sin protección a los rayos solares sería una desventaja de peso miles de años atrás. La otra iría en la línea del resultado de  las mezclas con otros pueblos. Hay que tener en cuenta que, por ejemplo, el gen que define ser pelirrojo, tan frecuente en irlandeses o escoceses, es recesivo de modo que, aunque lo porte gran parte de la población, no se expresará si se hereda junto con un gen que exprese ser rubio o moreno.

El hecho oficialmente aceptado de que los habitantes de la península Ibérica éramos el resultado de la mezcla de celtas, íberos, romanos, árabes, godos y fenicios, entre otros, ha sido rebatida por los estudios genéticos hechos en Europa.  Más bien, mantenemos el sustrato genético  originario de los primeros hombres modernos que llegaron al continente europeo. Los mismos cuyos descendientes colonizaron el resto de Europa Occidental tras el fin de las últimas glaciaciones.

Ana Lizando

 

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